Año 2020: una pandemia está acabando con la humanidad. Miles de científicos trabajan contrarreloj para encontrar una vacuna que asegure su supervivencia. Mientras tanto, la interacción social se ve cada vez más afectada para tratar de evitar la transmisión del virus. Sin embargo, la rueda de la economía no puede parar y, por lo tanto, padres e hijos, deben volver a sus obligaciones laborales y académicas.
Para asegurarnos de que el mundo no se viniera abajo, algunos procesos se han acelerado. Por ejemplo, la tendencia a consumir desde el hogar gracias a los medios tecnológicos ha aumentado de manera exponencial. Cada vez es menos extraño que alguien compre comida o ropa desde su casa. También es más frecuente ver a gente trabajando desde su domicilio particular, sin necesidad de trasladarse hasta su lugar de trabajo. Y, por supuesto, las videoconferencias con amigos y familiar son el pan nuestro de cada día.
Otra gran novedad es el hecho de que la tecnología haya irrumpido, al fin, en el ámbito educativo. Sin embargo, tras unos meses en los que hemos pasado por todo tipo de modelos en los centros educativos (educación a distancia síncrona, educación presencial, modelo mixto de educación presencial y a distancia síncrona e incluso modelo a distancia asíncrono), recuerdo, por lo que sea, ese gran momento de El Gatopardo, de Lampedusa, en el que Tancredi dice a su tío Fabrizio: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Esta frase se ha entendido como la aceptación de la aristocracia de una revolución que debería asegurar que su poder se mantuviera intacto. Pues bien, en la educación está ocurriendo algo similar.
La ansiada revolución tecnológica es cada vez más evidente. Los distintos gobiernos se han hecho con millares de tablets para asegurar que los alumnos tienen acceso a la educación (no olvidemos que es un derecho fundamental). Pero, a pesar de ello, el modelo imperante sigue siendo la clase magistral. Tenemos la herramienta; ¿qué nos falta ahora? ¿Formación? Tal vez, aunque me consta que las administraciones y las instituciones privadas han puesto toda la carne en el asador. ¿Práctica? Claro, aunque ya llevamos meses con esto.
¿Entonces? Desde mi punto de vista falta la voluntad de una gran parte del profesorado por cambiar el modelo imperante. Según veo, aquellos que se esforzaban en implementar un modelo en el que el alumno era parte activa en su proceso de aprendizaje, se siguen esmerando para mantener esas metodologías activas y cooperativas. Sin embargo, aquellos que nunca se han planteado que no todo son contenidos en esta vida, que los alumnos deben desarrollar competencias como el espíritu crítico, la creatividad o la capacidad de trabajo en equipo, se han mantenido firmes en su modelo decimonónico. Sí, han realizado la formación obligatoria. Sí, emplean los nuevos dispositivos (normalmente). Pero, en definitiva, esos aristócratas de la educación han cambiado todo para no cambiar nada.